A pesar de las armaduras y las espadas, de los castillos y las doncellas, de Camelot y del Rey Arturo, no se debe esperar, cuando uno se planta frente a The green knight, presenciar una película sobre las andanzas de legendarios caballeros medievales. Debiera afrontarse la experiencia, más bien, como una travesía, como un metaviaje hacia la vastedad de la existencia, hacia hondas cuestiones genuinamente humanas.
La dirige David Lowery, un esteta comprometido, alguien que si bien ya apuntaba maneras en trabajos como En un lugar sin ley, logró consagrar su propia firma tras el lanzamiento de A ghost story, aquella íntima disertación sobre la gravedad de la pérdida filmada en cuatro tercios. En esta ocasión, el director norteamericano reinterpreta la leyenda de Sir Gawain, protagonista cuasivoluntario de una odisea a través de la cual deberá salvar su honor. Partiendo de la premisa expuesta, este noble —al que interpreta un descomunal Dev Patel— se sumerge en una aventura que, sin menospreciar su intrínseco atractivo estético, su belleza material, destaca más por su contenido que por su forma.
Me perdone Andrew Droz Palermo, que firma una dirección de fotografía sensacional, y me perdone también Daniel Hart, autor de una absorbente banda sonora original, con reminiscencias de la desarrollada por Bobby Krlic para Midsommar, pero lo que realmente me cautiva es la mano de Lowery sobre el conjunto. Su sensibilidad, su impronta. Lo que me atrapa es la manera en que el cineasta me guía, en este caso a través de bosques y fortalezas, hacia imágenes y símbolos que me permite explorar autónomamente. La manera en que, de nuevo, consigue acercarme a mis propios conceptos, a mis propias verdades.