Todo lo que tiene esta película de pequeño lo tiene también de extraordinario. Céline Sciamma regresa, tras su magnífica Retrato de una mujer en llamas, con una obra aparentemente más modesta, humildemente concebida pero inmensa en su resolución, ofreciendo un relato que apenas supera la hora de duración pero que consigue trascender más allá de sus propios enunciados, en un ejercicio de delicadeza digno de sincero reconocimiento.
Petite maman es una disertación sobre la teología de la infancia, un hermoso canto a los mecanismos con los que los niños dan forma a sus mundos, muchas veces hostiles, desproporcionadamente complejos en comparación con las herramientas con las que cuentan para sobrevivir en ellos. Es la visión, desde la inocencia, de un cosmos aún en construcción.
Nelly tiene ocho años y acaba de perder a su abuela. “Si lo hubiera sabido, me habría despedido mejor de ella”, le dice a su madre una noche que no consigue dormir. ¿Cómo lidiar con el fallecimiento de un ser querido cuando aún no se comprende lo que significa la muerte? Sciamma, como ya hizo con la aclamada Tomboy, vuelve a demostrar un profundo respeto por el universo de la niñez, un espacio que plasma con suma dulzura, con la atención y el cuidado de alguien que, presumiblemente, ha formado parte de aquello que narra, en una manifestación de elegancia tan contenida como conmovedora.
Utilizando como vehículo la melancolía que sufre la idealmente imperturbable figura de un progenitor, la directora francesa desarrolla un complejo estudio sobre la relación entre una niña y su doliente madre. Para ello, Sciamma incorpora elementos propios del fantástico al más sereno y comedido naturalismo, complejísimo en su sencillez, obteniendo de la síntesis un resultado sobresaliente. La imaginación frente a la dolorosa realidad, la magia del amor frente al sentimiento de abandono, en una fábula que, a pesar de todo, siempre mantiene la tensión dramática lejos de sus objetivos. Al contrario, Petite maman se percibe a sí misma como una obra benevolente, una creación de una organicidad tan sincera como los afectos que intervienen en las relaciones familiares que modulan la composición final, tan delicada y tierna como los gestos que dibuja, como Nelly ofreciéndole comida a su madre mientras esta conduce u observando a su padre en silencio cuando se afeita.