En el año 2010, yo tenía 12 años. Se esperaba que ya fuera mayor. Que no necesitara jugar con muñecos. Que ya fuera un adolescente pensando en buscar líos de faldas en discotecas light. Pero no. No era lo que yo buscaba. Ese año, se estrenaba Toy Story 3. Y yo tenía que hacerme el duro. Tenía que parecer que no me importaba. Que las películas que me han acompañado desde niño, que estaban ahí siempre, ya no eran para mí, porque, en fin, yo ya era un adolescente.
Fui al cine con dos amigos de aquél entonces y compañeros del ahora. Estuvimos allí, nerviosos, yo también, aunque, como digo, tenía que hacerme el duro. Y se apagaron las luces de la sala. Comenzaba una conclusión para las películas que me habían criado.
La trama nos mostraba cómo Andy, el niño en el que yo me veía reflejado, había crecido. Tiene 17 años y se va a la universidad. Y los juguetes dejaron de ser importantes para él hace tiempo. Ahora, sus caminos se separan. Woody y Buzz, con su grupo de amigos, tendrán que volar solos, porque Andy se marcha. Así que irán a parar a una guardería, donde conocerán al grupo de personajes encabezados por el osito Lotso, que se encargan de jugar con los niños.
Esta es una película completamente emocional. La primera, como ya dije, fue una obra maestra. La segunda flojeaba en profundidad de guión, pero aún con eso, era mi favorita por tener una buena dosis de diversión y referencias. La tercera, es corazón. Es un fan escribiendo una carta de amor a lo que ha significado Toy Story para él, el crecimiento personal, de mano de las películas de Pixar. Una carta de amor a la infancia y la madurez. Lo que se nos pide. Lo que llegamos a ser.
El final, uno de los más bonitos que he visto, ayer, día 20 de junio de 2019, a unas horas de ver la siguiente secuela de la franquicia, Toy Story 4, me emocionó como ya hizo en el cine. Me hizo llorar como cuando tenía 12 años. Estos días del repaso a la saga, han sido unos días algo ajetreados, pero, sin duda, ha sido una regresión a lo que fui, a lo que soy ahora. Igual que Andy metiendo a Woody en su caja para la universidad, al igual que el vaquero perdiendo el sombrero en la guardería, esta película se lleva un pedacito de mí, pero yo me quedo con mucho más que de lo que se va.
Para concluir, siento esta falta de objetividad, pero es parte de mí y me parece redonda, aunque no sea mi favorita, cierra algo importante y la idea de estar sólo a unas horas de ver una cuarta entrega, me hace temblar. A saber qué me cuentan. Pero nunca me quitarán la trilogía, si no me gusta Toy Story 4.