Como en El reverendo (2017), Paul Schrader convierte al protagonista de su nueva película en una suerte de samurái contemporáneo, un guerrero solitario atormentado por los fantasmas de su pasado, fantasmas que él mismo ha creado y con los que está condenado a convivir hasta llevar a cabo su seppuku particular. Él es William Tell, un exmarine sentenciado por cargos de tortura al que da vida un gigantesco Oscar Isaac. Tras su estancia en prisión, donde aprenderá a contar cartas, Tell pasará su autoimpuesta ascética vida de casino en casino, entre carreteras secundarias y lúgubres habitaciones de motel, haciéndose con pequeñas sumas con las que ir sobrellevando la eterna angustia de su día a día.
Schrader vuelve a demostrar un dominio absoluto de la técnica, haciendo de los recursos formales que contornean su concepción estética del cine, renovada, renacida durante los últimos años, una seña de identidad. Austeridad, pues nada denota más honestidad que lo deliberadamente sobrio. Que la imagen hable sobre la propia imagen, que el uso que se le da a la cámara sea capaz de enunciar más significados que los diálogos que filma. El guionista y director también hace gala de una profundísima delicadeza, aún en la crueldad de aquello que narra, cuando el objeto de análisis se centra en la construcción de los personajes que dan forma a este severo neo-noir. Resalta también, como en la mayor parte de los trabajos del septuagenario cineasta, el estudio que se ofrece de la violencia, que se proyecta como una experiencia que siempre resuena más allá de la explicitud con que se muestra en determinadas secuencias.
Presentada en el Festival de Venecia, The card counter habla, en esencia, sobre las verdades que esconden las cloacas de los Estados Unidos, donde ni la artificiosidad ni las falsas promesas que promulgan sus biblias consiguen maquillar la decadencia de un espíritu enfermo de sí mismo, corrompido por los traumas que dejan sus propios movimientos. La historia norteamericana, prácticamente desde su origen, acumula gruesas deudas con la humanidad; por supuesto, con los pueblos a los que durante décadas ha masacrado y humillado en nombre de la libertad, pero también con sus mismos hijos.